jueves, 22 de noviembre de 2012

En broma y en serio "la crisis"


Hace algunos días se solicitó a un prestigioso asesor financiero que explicara de una forma sencilla la crisis que estamos viviendo, para que la gente de a pie entendiese sus causas y consecuencias. Este fue su relato:

Un hombre se presentó en una aldea en la que nunca había estado antes y ofreció a sus habitantes 100 euros por cada burro que le vendieran.

Buena parte de la población le vendió sus animales.

Al día siguiente volvió y ofreció mejor precio: 150 por cada burrito.

Otra buena parte de la población vendió los suyos.  Volvió un día después y ofreció 300 euros.

El resto de la gente vendió los últimos burros.  Al ver que no había más animales disponibles, el hombre ofreció 500 euros por cada burrito, dando a entender que los compraría a la semana siguiente, y se marchó

Al día siguiente mandó a la aldea a su ayudante con los burros que había comprado, para que los ofreciera a 400 euros cada uno.

Ante la posible ganancia a la semana siguiente, todos los aldeanos compraron los burros a 400 euros. El que no tenía dinero lo pidió prestado. De hecho, compraron todos los burros de la comarca.

Como era de esperar, el ayudante desapareció, igual que su jefe, y nunca más se supo nada de ellos.

Resultado: la aldea quedó llena de burros y de endeudados.  Hasta aquí lo que contó el asesor.

Veamos lo que ocurrió después:  Los que habían pedido dinero prestado, al no vender los burros, no pudieron pagar los préstamos. Los que habían prestado dinero se quejaron al ayuntamiento diciendo que si no cobraban, se arruinarían, y entonces no podrían seguir prestando… y se arruinaría también todo el pueblo.

Para que los prestamistas no se arruinaran, el alcalde, en vez de dar dinero a la gente del pueblo para pagar las deudas, se lo dio a los propios prestamistas. Pero estos, ya cobrada una gran parte del dinero, no perdonaron las deudas a los del pueblo, que siguieron igual de endeudados

El alcalde dilapidó así el presupuesto del ayuntamiento, que quedó también endeudado. Entonces pidió dinero a otros ayuntamientos, pero éstos se negaron a ayudarle porque, como estaba en la ruina, no podría devolver lo que le prestasen.

El nuevo resultado:

- Los listillos del principio, forrados.

- Los prestamistas, con sus ganancias resueltas y un montón de deudores a los que seguir cobrando lo que les prestaron más los intereses, e incluso

adueñándose de los ya devaluados burros con los que nunca llegarían a cubrir toda la deuda.

Mucha gente arruinada… y sin burro para toda la vida

- El ayuntamiento igualmente arruinado.

El resultado ¿final?:

Para solucionar esta preocupante situación y salvar a todo el pueblo,

el ayuntamiento… decidió

¡¡ BAJAR EL SUELDO A SUS FUNCIONARIOS !! 

lunes, 12 de noviembre de 2012

Río Virilla


EL VIRILLA
Sobre el origen del nombre de este río.      
Se dice que hace muchos años cuando los agricultores de café  de Heredia sacaban en sus carretas el café para venderlo en San José., el camino que usaban pasaba por  la orilla de río que divide las provincias de Heredia y San José.
Cuentan que en esa  zona  había una muchacha que se llamaba Elvira de la cual dicen las malas lenguas que acostumbraba bañarse en una de las  pozas del río. Como la muchacha era muy bonita primero entre vecinos y luego  poco a poco entre los carreteros de café se fue  “ regando la bola” de la hora y lugar en donde acostumbraba llegar a bañarse y se escondían entre los árboles y las piedras para ver a Elvira cuando se bañaba en el río . 
Ella sabía que la espiaban y le gustaba y sabiendo que era guapa se mostraba como si nada con poca ropa.

 
La poza se volvió famosa y todos la llamaban "la poza de Elvirilla" y luego el Río se fue quedando con ese nombre “EL VIRILLA”...con el tiempo de la pobre muchacha de la historia hasta se decía que empezó a vender favores a los carreteros y que la fama llegó a tal extremo que  cuando los carreteros salían de sus casas con sus cargas de café sus preocupadas mujeres les advertían que cuidado se iban a quedar donde "Elvirilla".

domingo, 22 de julio de 2012

Bobby Fischer el mejor de todos los tiempos


Bobby Fischer
el mejor de todos los tiempos
Robert James Fischer nació en Chicago, EE.UU. el 9 de marzo de 1943. Sus padres(Gerard y Regina) se separaron cuando él tenía 2 años, y su madre se trasladó con él y su hermana mayor a Brooklyn, Nueva York, hacia 1950 - cuna de todos los grandes ajedrecistas norteamericanos.
Allí Bobby aprendió ajedrez con sólo seis años, con un juego que su madre le compró en una tienda del barrio. Aprendió literalmente con el manual de instrucciones de la caja. Fischer jugaba con su hermana y de vez en cuando con los niños del colegio (y encontró algún libro de ajedrez que devoró ávidamente), de modo que fue autodidacta hasta que su madre le apuntó al Brooklyn Chess Club, donde su presidente Carmine Nigro hizo las veces de profesor para Fischer.
Jugó una partida de simultáneas con un Gran Maestro de la época y perdió. Cada vez que Fischer perdía una partida se enfadaba y, normalmente, lloraba de rabia.

El joven Fischer

Con 10 años participó en el torneo del Brooklyn Chess Club y quedó en quinto puesto. Jugó otros torneos quedando bien clasificado y en 1955 se hizo miembro del Manhattan Chess Club, donde quedó campeón de las categorías C y B (al año siguiente también en la A). Derrotó al Gran Maestro (GM) Reshevsky en una exhibición en la que el GM jugaba a ciegas. Quedó tercero el el campeonato juvenil de ajedrez rápido de EE.UU en 1956 y bien clasificado en otros torneos americanos. También fue en 1956 cuando en el torneo Rosenwald jugó con Donald Byrne lo que ha sido calificado como «La partida del Siglo» por los expertos.
En 1957 jugó dos partidas contra el ex-Campeón mundial Max Euwe: empató una partida y perdió otra. Ganó el New York Metropolitan League, y la edición de este año del Torneo de Ajedrez Rápido, quedando excelentemente situado en otros torneos, incluyendo un primer-segundo puesto en el Open de Cleveland. Ganó sus primeros 750 dólares en Cleveland, y posteriormente dos primeros puestos en los Open de New Jersey y Milwaukee.
Desde 1958 ganó todos los Campeonatos Absolutos de Ajedrez de los Estados Unidos a los que se presentó, hasta que se retiró de los circuitos. En agosto de 1958 (con 15 años) obtuvo el título de Gran Maestro al ganal el Interzonal de Portoroz, y decidió entonces convertirse en jugador profesional. El ajedrez en aquella época no daba dinero para vivir, aunque fueras un Gran Maestro. A Fischer no le importaba: sólo quería jugar, jugar, y ganar. Comenzó su fama en EE.UU. como niño prodigio del ajedrez.
En 1959 quedó 3/4 (tercero/cuarto empatados) en el Torneo de Mar de Plata en Argentina, igual puesto Zurich, y 5/6 en Bled/Zagrev/Beldrado. Al año siguiente empató con Spassky 1/2 en Mar de Plata y jugó en la Olimipiada de Ajedrez en el equipo de EE.UU. Fischer aprovechaba todos sus viajes para completar su colección de libros de ajedrez y revistas, seleccionando lo mejor de lo mejor de cada país. Leía todos esos libros sin problemas, especialmente las publicaciones en ruso y castellano.
Las excentricidades de Fischer comenzaron a hacer patentes a medida que mejoraba su juego y sus clasificaciones. Exigía condiciones perfectas de luz, silencio absoluto, ausencia de cámaras fotográficos y TV y, sobre todo, grandes cantidades en premios. En aquella época el Ajedrez no era un «deporte espectáculo' en el que se pudiera ganar grandes cantidades, ni tampoco había grandes patrocinadores, pero Fischer era implacable en sus peticiones (y su madre especialmente le ayudó en ello). Se negaba a participar en cualquier torneo si todo (especialmente los premios) no eran de su agrado.
En 1961 y 1962 Fischer volvió a ganar el Campeonato de EE.UU. a Reshevsky, y anunció que estaba listo para ganar el Campeonato del Mundo. También ganó el Interzonal de Estocolmo. Estos dos años terminaron sin derrotas para Fischer: todas sus partidas fueron victorias o empates (excepto en sus partidas de la Olimpiada).

Estrella internacional

1963 fue el año que que Fischer afirmó que no participaría en torneos de la FIDE (Federación Internacional de Ajedrez) hasta que las normas fueran de su agrado (consideraba que los Rusos manipulaban la competición, acordando empates entre ellos), de modo que surgió la posibilidad de que no pudiera presentarse a las clasificatorias. En 1964 ganó el Campeonato de los EE.UU. (11 victorias, ningún empate y ninguna derrota) pero no participó en más competiciones. En ese año se publicó la primera clasificación ELO, con Petrosian y Fischer con 2690 puntos. En 1965 retornó para el Memorial Capablanca en Cuba, pero tuvo que jugar desde Nueva York por teletipo debido a los problemas políticos de la época.
En 1966 y 1967 ganó casi todos los torneos en los que se presentó: Campeonato EE.UU., Copa Piatigorsky, Mónaco, Skopje. En Diciembre de 1967 se presentó en el Interzonal de Sousse (válido para la clasificatoria del Campeonato del Mundo). Jugó las tres primeras tres rondas. Comenzó a quejarse de la luz en la cuarta, y intentó echar a los fotógrafos en la sexta. Quiso aplazar la séptima partida por motivos religiosos como era su costumbre (Fischer se negaba a jugar durante el Sabbath, de viernes por la tarde a sábado por la tarde) pero al no notificarlo convenientemente, cuando le dijeron que no iba a ser posible decidió retirarse del torneo. A los pocos días se le convenció para que volviera, y jugó algunas partidas más. Pero quiso que se anularan sus anteriores derrotas por incomparecencia, y al negarse los organizadores a aceptarlo, decidió retirarse de forma definitiva. El resultado: al no completar el Interzonal, perdió la posibilidad de clasificarse para la final del Campeonato del Mundo. El colectivo ajedrecístico sintió que habría que esperar casi diez años para que Fischer pudiera competir por el título de Campeón Mundo al perder su puesto para la final de 1972. No reapareció hasta 1968, donde ganó el Torneo de Netanya, Israel.
En 1970 venció a Petrosian 2-2-0 en el torneo URSS vs Resto del Mundo y ganó el Torneo de Ajedrez Rápido de Yugoslavia. También ganó en Zagreb y Buenos Aires.
Entonces sucedió lo impensable: las reglas de clasificación para el Campeonato del Mundo se «relajaron». EE.UU. podía presentar tres candidatos, y aunque Fischer no estaba en la lista por no haber pasado la Interzonal, Pal Benko cedió su puesto para que Fischer ocupara su lugar. De modo que ganó el siguiente Interzonal, en Palma de Mallorca (15-7-1) y se clasificó para el Torneo de Candidatos.
Con 28 años, Fischer derrotó de forma apabullante en las clasifitorias de Candidatos a Mark Taimanov (6-0-0) y Bent Larsen (6-0-0). Su último obstáculo hacia la final era Petrosian, a quien venció en Buenos Aires 5-3-1 en septiembre de 1971. La final contra Spassky se celebraría en 1972.
El match del Siglo

Las dificultades para celebrar 'El Encuentro del Siglo' empezaron por la elección de sede, los premios y condiciones de juego - como siempre la lista de peticiones de Fischer era interminable, incluyendo un premio mayor (el original eran 125.000 dólares) y un porcentajes de los derechos de televisión. Fischer despidió a su representante, y renegó de algunos matices ya acordados y firmados. Pero finalmente, el 11 de julio de 1972, Fischer y Spassky se sentaban ante el tablero en Reykjavik, Islandia. Spassky había contado con hasta el momento con la ayuda de todos los analistas y grandes jugadores soviéticos en su preparación. Fischer no contó con nadie, sólo consigo mismo.
Fischer estuvo a punto de ser descalificado por llegar diez días tarde (nunca estuvo de acuerdo con las condiciones definitivas y retrasó su aparición, a pesar de que el torneo fue inaugurado).Cuando finalmente se presentó (ante la situación se cambiaron las fechas), no quiso estar presente en el sorteo inicial de colores - otro gran agravio para el torneo. Naturalmente, los Rusos exigían su descalificación. Pero Petrosian (oponiéndose a su gobierno, en plena Guerra Fría), quería jugar. La FIDE tuvo que actuar contra sus propias normas para conseguir que el encuentro se disputara finalmente... Y para convencer a Fischer se necesitaron miles de cartas de sus admiradores y una conversación personal con el entonces Secretario de Estado, Henry Kissinger. Tras disculparse con Spassky por escrito, comenzó la Gran Final. Ganaría el mejor de 24 partidas.
Fischer perdió la primera partida. Se quejó de la presencia de cámaras de TV. Las cámaras se movieron al fondo del pabellón. En la segunda partida, Fischer llegó cinco minutos tarde y jugó durante treinta minutos. Entonces vió una cámara fija oculta y casi invisible, pidió que la retiraran (por el ruido) y al no conseguirlo se fué. Al cabo de una hora le dieron la partida por perdida. Sus posteriores quejas no sirvieron de nada y tuvo que aceptar seguir jugando (aunque las cámaras fueron totalmente retiradas posteriormente). Tras comenzar perdiendo 2 vs 0 comenzó una espectacular remontada y Fischer igualó el torneo (2,5 vs 2,5). Finalmente, derrotó a Spassky por 7-11-3 (12,5 vs 8,5) el 31 de agosto de 1972. Ganó 160.000 dólares además de algunos regalos por valor de casi 50.000 dólares más.
Aseguró en la cena de despedida que sería un gran campeón, que jugaría muchas partidas y que dejaría muy alto al ajedre mundial.
Pero entonces, sencillamente, desapareció.

¿Qué sucedió con Fischer después de 1972?

Tras ganar a Spassky y convertirse en Campeón del Mundo en 1972, Fischer estuvo totalmente desaparecido del mundo ajedrecístico. En 1975 Fischer debería haber defendido su título ante el joven Anatoli Karpov, pero exigió demasiadas condiciones para el encuentro y la FIDE no las aceptó, Fischer anunció que no se presentaría y por tanto fue destronado. Karpov fue nombrado nuevo campeón FIDE. Desde 1972, Fischer no había vuelto a jugar.
Sólo en 1977 jugó contra un ordenador del MIT. A finales de los 70 el ajedrez comenzaba a «mover dinero», pero Fischer rechazó 250.000 dólares por jugar en el Caesar's Palace de Las Vegas y 3 millones por jugar en Filipinas. No apareció en público. Y no volvió a jugar.
En 1978 Fischer y la Ley se encontraron: denunció a unos editores de una revisa religiosa por 3 millones de dólares y les acusó de grabar sus conversaciones sin consentimiento. En 1981 fue arrestado como sospechoso de un robo a un banco. Publicó Fui torturado en la cárcel de Pasadena bajo un seudónimo (Robert James). Al parecer su arresto se debió a que su descripción física coincidía con la del asaltante.
En 1987 el gobierno propuso la aprobación de la denominada House Resolution 545 en el que se reconocía a Bobby Fischer como Campeón Mundial de Ajedrez y aunque fue originalmente aceptada, el Senado la detuvo y nunca llegó a ser oficial.
En 1988 patentó su Reloj Digital Fischer, aplicable al Ajedrez y otros juegos, que añade 2 minutos de tiempo con cada movimiento de uno de los jugadores. Estos relojes se utilizan hoy en día en muchas competiciones oficiales.En 1996 la USCF -Federación de Ajedrez de los EE.UU.- decidió que este sería su reloj estándar. Fischer ha afirmado en alguna entrevista que nunca ha recibido royalties de las empresas que han fabricado estos relojes.
Veinte años después de su retiro voluntario, en 1992, Fischer regresó a la escena pública y dio una rueda de prensa. Acusaba al Gobierno de los EE.UU. de amenazarle si participaba en un torneo en Yugoslavia (violando resoluciones de la ONU). Delante de las cámaras, presentó la órden en papel y escupió sobre ella. Participó en el torneo. Jugando con el Reloj Fischer, ganó a Spassky 10-15-5 (17,5 vs 12,5) y recibió casi 4 millones de dólares (patrocinados por un banquero yugoslavo). Su acto en contra de la orden del Gobierno de EE.UU conllevaba una pena de hasta diez años de cárcel si volvía a su país natal...en la foto siguiente su claro mensaje de respuesta al gobierno gringo.

En 1993 se estrenó la película Searching for Bobby Fischer, de Steven Zaillian. En el Reino Unido se tituló Innocent Moves y en España, Buscando a Bobby Fischer.
La película cuenta la historia real de los primeros años de Joshua Waitzkin, un niño prodigio del ajedrez, hasta la edad de 10 años. Josh hizo tablas con Gari Kasparov cuando sólo tenía 11 años, en una exhibición de simultáneas. A los 16 años obtuvo el título de Maestro Internacional. En la actualidad ya no compite en el mundo del ajedrez sino en el de las Artes Marciales.

Este es la impactante narración del comienzo de la película:
la jugada más original e inesperada.
En 1996 Fischer renovó el Ajedrez con su propuesta de «Ajedrez Aleatorio Fischer», en el que las piezas mayores se sitúan en posiciones aleatorias en la fila de salida, siguiendo ciertas reglas relativas a los alfiles y las posibilidades de enroque. Existen 960 posibles posiciones de salida, lo cual hace que los conocimientos tradicionales sobre aperturas sirvan de poco a los jugadores de esta variante del Ajedrez.
A finales de los 90, el presidente de la FIDE ofreció a Bobby Fischer 100.000 dólares y terrenos en la República de Kalmyk como compensación por violaciones de derechos de copyright de ciertos editores soviéticos. Fischer residía entonces en Bulgaria. Se dice que allí conoció a la familia Polgar (las GM femeninas), al GM Peter Leko, y también que tuvo contacto durante esos años con el GM Amador Rodríguez.
En 2000 Fischer viajó a las Filipinas con el GM Eugene Torre. También se cree que en esas fechas visitó Alemania, Hungría y Hong-Kong. Ha aparecido esporádicamente en entrevistas en radio en filipinas.
El 11 de septiembre de 2001 (día de los atentados de Al-Quaeda contra las Torres Gemelas de Nueva York) concedió una entrevista en una radio filipina - hablando a favor de los atentados. La USCF afirmó no tener nada que ver con esos comentarios y amenazó con revocarle a Fischer su licencia como jugador de la Federación.

Entrevista a Fischer, 11 de septiembre 2001
En 2002 se creía que Bobby Fischer vivía en Japón, donde estaría trabajando en un nuevo tipo de reloj de Ajedrez. Aunque se dijo que vivía con una novia filipina, finalmente resultó ser Miyoko Watai, la presidenta de la Asociación Japonesa de Ajedrez, con quien se dice que se casó.
En julio de 2004 reapareció de la nada, pero no sin problemas. Esta vez Bobby Fischer estaba en apuros.
El ex campeón mundial de ajedrez, el estadounidense Bobby Fischer ha sido detenido este viernes en el aeropuerto Narita de Tokio por usar un pasaporte no válido, según han informado las autoridades japonesas de inmigración. Según las mismas fuentes, Fischer, que pretendía volar a Filipinas, está siendo interrogado sobre la manera en la que entró en Japón y los agentes de inmigración planean deportarle. [El País (€), Diario As]

En marzo de 2005 cumplió 62 años en la prisión de Ushiku, donde permaneció encerrado desde el incidente con el pasaporte. En una «jugada» legal realmente inesperada, Fischer había escrito al Gobierno de Islandia en octubre de ese mismo año solicitando asilo político. El Gobierno de Islandia, tras aprobarlo el Parlamento, le ofreció la nacionalidad islandesa tratando de buscar alguna fórmula que le permitiera salir de la carcel de Japón.
Sus amigos del comité de apoyo que propugna su libertad le llevaron un regalo muy especial: un pasaje de avión para salir de Japón, cuya validez expira a los tres meses. Y el gobierno de Islandia, donde se coronó campeón del mundo al vencer al ruso Boris Spassky (Reykjavik, 1972), le entregó un pasaporte y un permiso de residencia.

Días después, aceptaba la nacionalidad islandesa y, con todos los papeles en regla, el 24 de marzo de 2005 Bobby Fischer abandonaba finalmente Japón rumbo a la isla. En el avión de vuelta, Fischer acusó al presidente norteamericano, George Bush, de criminal, y al presidente de Japón de «bastardo» al servicio de los americanos. Anunció que nunca volvería a los Estados Unidos mientras «se mantenga el régimen actual». A falta de más recursos legales, el gobierno estadounidense le reclama ahora por evasión de impuestos.
Fischer fue recibido en la isla por una nutrida multitud, que le aclamó a la salida del avión.
En 2006 Fischer telefoneó a un programa de televisión para dar con una jugada ganadora en una partida de ajedrez que se estaba retransmitiendo en directo, dando señales de estar bien.

El 18 de enero de 2008 Bobby Fischer fallecía en Islandia, con 64 años... tenía tantos años como casillas tiene el tablero de ajedrez




sábado, 14 de julio de 2012

Ajedrez -Gary Kasparov escribe sobre Fischer

Bobby Fischer, visto por Gary Kasparov
Me resultaría imposible escribir en forma neutral sobre Bobby Fischer aunque lo intentara. Nací el año en que logró el puntaje perfecto en el Campeonato norteamericano de 1963, 11 victorias sin ningúna derrota o tablas. Sólo tenía 20 entonces, pero era obvio desde hacía años que estaba destinado a convertirse en una figura legendaria. Su libro, My 60 Memorable Games, fue una de mis primeras y mas atesoradas posesiones en material de ajedrez. Cuando Fischer arrebató la corona mundial a mi compatriota Boris Spassky, en 1972, yo ya era un fuerte jugador de club que seguía cada movida que llegaba desde Reykjavík. El norteamericano había aplastado a otros dos grandes maestros soviéticos en la ruta hacia el match por el título, pero había muchos en la Unión Soviética que admiraban en silencio su descarado individualismo y su sorprendente talento. Soñaba con jugar contra Fischer algún día, y nos convertimos, eventualmente en competidores, de algún modo, aunque fue en los libros de historia y no sobre el tablero. Dejó el ajedrez competitivo en 1975, abandonando el título que había codiciado tanto durante toda su vida. Pasaron diez años antes de que yo ganara el título al sucesor de Fischer, Anatoly Karpov, pero rara vez un entrevistador perdía la oportunidad de traer a colación el nombre de Fischer. “¿Vencería a Fischer? ¿Jugaría contra Fischer si volviera? ¿Sabe dónde está Bobby Fischer?”.
En ocasiones sentía como si estuviera jugando un match solitario contra un fantasma. Nadie sabía dónde estaba Fischer, o si –por entonces, todavía el más famoso jugador de ajedrez mundo— estaba por ahí planeando su regreso. Después de todo, a los 42 años, en 1985, era aún más joven que dos de los jugadores que yo acababa de enfrentar en la clasificación para el campeonato mundial. Pero trece años fuera del tablero es mucho tiempo. En lo que hace a jugar con él, supongo que me tenía fe y lo dije, pero ¿cómo se puede jugar contra un mito? Tenía a Karpov de que preocuparme, que no era ningún fantasma. El ajedrez había seguido adelante sin el gran Bobby, aún si muchos en el mundo del ajedrez no.
Fue, por tanto, todo un shock ver al verdadero y vivo Bobby Fischer reaparecer en 1992, seguido del primer juego de ajedrez de Fischer en veinte años, seguido de veintinueve más. Había dejado su autoimpuesto aislamiento, atraído por la oportunidad de enfrentar a su viejo rival, Spassky, en el veinteavo aniversario de su enfrentamiento por el campeonato del mundo –y por el premio de cinco millones de dólares–; un gordo y barbudo Fischer se presentó ante el mundo en un resort en Yugoslavia, una nación que atravesaba un sangriento proceso de división.
Las circunstancias eran bizarras. El retorno súbito, el trasfondo de la guerra, un oscuro banquero y traficante de armas como sponsor. Pero ¡era Fischer! No se podía creer. El ajedrez desplegado por Fischer y Spassky en Svefi Stefan y Belgrado fue, previsiblemente, descuidado, aunque hubo unos pocos flashes de la vieja brillantez de Bobby. Pero, ¿era realmente un regreso, o desaparecería tan pronto como había aparecido? ¿Y cómo entender las extrañas cosas que Fischer hacía en las conferencias de prensa? ¿El gran campeón norteamericano escupía sobre un cable del gobierno de los Estados Unidos? ¿Decía que no había jugado en veinte años porque había sido “puesto en la lista negra… por el judaísmo mundial”? ¿Acusaba a Karpov y a mí de haber arreglado nuestros juegos? Uno tenía que mirar hacia otro lado, pero no podía.
Aún en su mejor momento había preocupación por la estabilidad de Fischer, a lo largo de una vida de estallidos y provocaciones. Luego, estaban las historias de sus dos décadas fuera del tablero, rumores que de algún modo habían circulado por el mundo del ajedrez. Que había empobrecido, que se había vuelto un fanático religioso, que repartía literatura antisemita en las calles de Los Angeles. Parecía todo demasiado fantástico, demasiado en línea con todas las historias sobre cómo el ajedrez vuelve loca a la gente –o cómo la gente loca juega al ajedrez— que han encontrado tan buen lugar en la literatura.
Una cosa era cierta: las viejas preguntas sobre Fischer volvían con vida nueva. Empecé a recibir llamados antes de que Fischer moviera siquiera un peón, y terminamos teniendo un diálogo bizarro a través de la prensa, a medida que los periodistas derivaban las respuestas de uno al otro. Mientras me llamaba tramposo y mentiroso repetidamente en las conferencias de prensa, Fischer decía que el primer obstáculo para jugar un match contra mí era que le debían al menos 100.000 dólares en derechos por la edición soviética de su libro. Qué ironico que su obra maestra, My 60 Memorable Games, una gran influencia en mi juego, fuera presentado como tema de conflicto.
A la distancia, puede que fuera una compensación kármica, dado que era Fischer quien, ahora, tenía que lidiar con incontables preguntas sobre la posibilidad de jugar conmigo. Pero al menos todo el mundo sabía dónde estaba yo, ¿y qué podía decir yo sino que por supuesto jugaría con él? Nunca creí que ocurriera, en especial porque Fischer, que todavía se llamaba a sí mismo campeón mundial, nunca habría pasado el riguroso entrenamiento y los eventos preparatorios que requiere semejante encuentro competitivo.
Según resultó, Fischer no jugó de nuevo después de vencer a Spassky en aquel match de 1992. El juego de Fischer estaba oxidado y él sonaba perturbado, pero en el ajedrez siempre había visto claro y había sido honesto consigo mismo. El entendía que ya no podía conquistar el Olimpo del ajedrez. Pero el fantasma había renovado su licencia para acosarnos durante algún tiempo.
Fischer fue tema de tapa algunas veces más, después de eso. El 11 de septiembre, su obscena tirada celebrando los ataques (contra las Torres Gemelas en Nueva York) fue difundida en una radio de Filipinas y luego recorrió el mundo por Internet. En julio de 2004, fue arrestado en Japón por tener un pasaporte inválido y fue detenido durante ocho meses, hasta que se le concedió la ciudadanía islandesa como una forma de sacarlo del cautiverio (Fischer había sido un fugitivo de la ley en los Estados Unidos desde que jugó en Yugoslavia en 1992, porque ésta se hallaba bajo sanciones de la ONU en ese momento. En una conferencia de prensa antes del match, Fischer escupió sobre un cable del gobierno de George H.W. Bush en que se le advertía que no jugara. Pero había viajado amplia y libremente fuera de los Estados Unidos durante una docena de años y su detención en Japón lo sorprendió tanto como a todos).
Entonces, el 17 de enero de 2008, murió en Reykjavík después de una larga enfermedad cuyo tratamiento había rehusado. Aún esto parecía de algún modo típico de Fischer, quien creció jugando ajedrez contra sí mismo, dado que no tenía a nadie más con quien jugar. Había luchado hasta el final y se había demostrado como su más peligroso oponente.
Las extraordinarias vida y personalidad de Fischer producirán, seguramente, incontables libros y probablemente películas y tesis doctorales. Pero hay pocas dudas de que ninguno de los autores de esas obras futuras estará más calificado para escribir sobre Bobby Fischer que Frank Brady. Relación cercana del joven Fischer, él mismo una “persona del ajedrez” (como las llamamos), así como un experimentado biógrafo, Brady escribió también la primera y la única biografía sustancial sobre él: Bobby Fischer: Profile of a Prodigy (1965, edición revisada en 1973).
Es difícil imaginar un tema más difícil que Bobby Fischer para ser expuesto de modo riguroso y neutral. Era un solitario que no confiaba en persona alguna. Su carisma atraía tanto a cholulos maravillados como a críticos despreciativos. Fischer tenía opiniones fuertes de la clase que tiende a crear sentimientos igualmente categóricos en aquellos que lo conocían –y en aquellos que no. Tuvo una familia muy pequeña y tanto su madre, Regina Fischer, como su hermana mayor, Joan Targ, han fallecido. La inaccesibilidad general de Fischer también provocó incontables rumores y mentiras sobre él, convirtiendo la tarea del biógrafo en un desafío.
Con todo eso en mente, el libro de Brady es un acto de equilibrio impresionante y un gran logro. Aún antes de abrir el libro, no hay razón para dudar de que Brady apreciaba a Bobby Fischer y que tiene un interés como amigo así como fan en en el héroe norteamericano del ajedrez. Pero hay pocos rastros obvios de ello en Endgame, que no vacila en presentar los lados más oscuros del carácter de Fischer sin pretender juzgarlos o diagnosticarlos. El resultado es una oportunidad para el lector de sopesar la evidencia y llegar a sus propias conclusiones –o evitar completamente el juicio y simplemente disfrutar de leer una historia de ascenso y caída que tiene no pocas afinidades con la tragedia griega.
Una imprecisión que es algo más que una exageración dramática ocurre cuando Brady dice que Fischer no era consciente que su oponente soviético en la Olimpíada de Varna en 1962, el gran campeón mundial Mikhail Botvinnik, había recibido ayuda en el análisis de una partida pospuesta (Ndr: en el ajedrez profesional, después de 40 movidas, se puede interrumpir el partido a pedido de uno de los dos jugadores y se prosigue otro día; esto da chances a los jugadores de analizar con más tiempo las posibles variantes del juego en la continuación). La costumbre soviética (Ndr: de que unos jugadores del equipo ayudaran a otros en el análisis) era ampliamente conocida y, en este caso, era más natural, dado que era una competencia por equipos. No es posible que Fischer no hubiera sabido que esto era lo que ocurría.
Empezar por el final parece lo más natural dado que es allí donde más se han mezclado realidad y ficción en el pasado. ¿Por qué, cómo, pudo Bobby Fischer, que amaba el ajedrez y sólo el ajedrez más que nadie antes o después, abandonar el juego tan pronto como conquistó el título? No se trataba de una estrella tratando de marcharse cuando estaba en la cima; Fischer no tenía planes de retirarse. Tenía 29 años y estaba en su mejor momento, y finalmente tenía la fama y la fortuna que siempre supo que merecía.
Fischer regresó de vencer a Spassky en Reykjavík—El Match del Siglo— como campeón mundial, estrella mediática y condecorado combatiente de la Guerra Fría. Se desplegaron ofertas sin precedentes de millones de dólares y acuerdos publicitarios, básicamente cualquier cosa en la que él estuviera dispuesto a poner su nombre o su cara. Con escasas excepciones, rechazó todo.
Hay que tener en cuenta que el mundo del ajedrez de la era anterior a Fischer era risiblemente pobre aún para los modestos estándares de hoy. Las estrellas soviéticas eran subsidiadas por el Estado, pero en el resto del mundo la idea de vivir solamente de jugar al ajedrez era un sueño. Cuando Fischer dominó el torneo de Estocolmo de 1962, una pesada calificación de cinco semanas en el ciclo para el campeonato mundial, su premio fue de 750 dólares.
Por supuesto, fue el mismo Fischer quien cambió la situación, y todo jugador de ajedrez posterior debe agradecerle por sus incansables esfuerzos para obtener para el ajedrez el respecto y la recompensa que él sentía que merecía. Se ganó el apodo que Spassky le dio: “el presidente honorario de nuestro sindicato”. Estos esfuerzos significaron que era, a menudo, la peor pesadilla del organizador de un evento, pero esto no era asunto de Bobby. Diez años después de Estocolmo, la bolsa para el Campeonato Mundial de 1972 entre Fischer y Spassky fue la astronómica cifra de 250.000 dólares, más acuerdos colaterales para recibir una parte de los derechos de televisación.
Es apenas exagerado decir que el impacto de Fischer en el mundo del ajedrez fue tan grande en términos financieros como en el tablero. El campeonato del mundo se convirtió en una mercancía caliente y, como sabemos, el dinero manda. Los torneos de ajedrez y los jugadores adquirieron una nueva respetabilidad, aunque no todo sobrevivió al propio Fischer. Mi serie épica de matches contra Anatoly Karpov de 1985 a 1990 avivaron las llamas del sponsoreo hasta convertirlas en un incendio –no sólo íbamos a jugar por una más grande gloria soviética ahora que sabíamos que había millones de dólares por ganar. Habíamos aprendido de Fischer más que puro ajedrez. El match del campeonato del mundo del año pasado, en el cual Viswanathan Anand de India defendió su título contra Veselin Topalov de Bulgaria en Sofia, tenía una bolsa de alrededor de tres millones de dólares, a pesar de no contar con publicidad real alguna fuera del mundo del ajedrez. Más allá de las federaciones corruptas y de la falta de una organización coherente entre ellos, los principales jugadores de hoy ganan bastante bien sin tener que, además, enseñar o escribir libros mientras intentan, al mismo tiempo, trabajar en su propio ajedrez.
Joven, famoso, rico y en la cima del mundo, Fischer se tomó primero algún tiempo libre. Luego, un poco más; luego, más. Los grandes torneos eran relativamente escasos por entonces, y no sorprendió a nadie que Fischer no jugara durante el primer año posterior a obtener el título. Pero ¿el segundo año? El ciclo de tres años del campeonato del mundo, manejado por la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), ya estaba en marcha para definir al hombre que desafiaría a Fischer en 1975. Obviamente, no podía esperar hasta entonces para jugar su primer partida después de derrotar a Spassky.
Pero eso fue exactamente lo que hizo. Mucho antes de que esos tres años acabaran, sin embargo, ya tenían lugar las discusiones acerca del formato del match del campeonato mundial de 1975. Sin sorpresas para nadie, Fischer tenía muchas ideas firmes sobre cómo se debía manejar el evento, incluyendo volver al viejo sistema de no limitar el número de partidas. Como con muchos otros de los eternos debates del mundo ajedrecístico sobre Fischer, Brady hace piadosamente corta esta larga historia, dejando al lector decidir si las demandas de Fischer eran o no extremas, pero la justa o descaradamente egoísta FIDE no cedió en todo y para Fischer era todo o nada. Al final, renunció al título.
Esta desconcertante noticia desató uno de las mayores brotes de psicoanálisis in absentia que el mundo haya visto jamás. ¿Por qué no jugaba? ¿Creía tan firmemente que sus sistema para el campeonato era el único correcto que estaba dispuesto a entregar el título? ¿Había sido todo un bluff, una estratagema para ganar una ventaja o más dinero? ¿Siquiera sabía él por qué?
Una teoría que no fue oída mucha era que Fischer podía haber estado más que un poco nervioso acerca del desafiante, el líder de la nueva generación, Anatoly Karpov, de 23 años. De hecho, cuando propuse esta posibilidad en mi libro de 2004 sobre Fischer, My Great Predecessors Part IV, la respuesta hostil fue abrumadora. No se trataba de meras protestas de los fans de Fischer diciendo que había calumniado a su héroe. Hay gran cantidad de evidencia para argumentar que Fischer era el favorito por lejos en el match, si hubiese tenido lugar. Esto incluye el testimonio del propio Karpov, quien dijo que Fischer era el favorito y más tarde estimó sus personales chances de victoria en un 40 por ciento.
No sostengo que Karpov hubiera sido el favorito, ni que fuera mejor jugador que Fischer en 1975. Pero sí creo que hay un fuerte caso circunstancial de que Fischer tenía buenas razones para no apreciar lo que vio de su retador. Hay que recordar que Fischer no había jugado una partida seria de ajedrez en tres años. Esto explica por qué insistía en un match de longitud ilimitada, jugada hasta que uno de los dos jugadores alcanzara diez victorias. Dado que las tablas (empates) predominan en el más alto nivel, un match de ese tipo habría durado probablemente muchos meses, dando a Fischer tiempo para desentumecerse y probar a Karpov, a quien nunca había enfrentado.

Karpov era el producto líder de una nueva generación que Fischer había creado. Tenía un enfoque distinto al de todos los demás jugadores que Fischer había derrotado en su marcha hacia el título y él tenía poca experiencia lidiando con esta nueva especie. En las eliminatorias, Karpov había aplastado a Spassky y luego derrotado a otro bastión de la vieja generación, Viktor Korchnoi. Puedo imaginar a Fischer revisando las partidas de esos encuentros, especialmente el juego meticuloso de Karpov y su mano firme contra Spassky, y empezando a sentir algunas dudas.
Frank Brady descarta esta posibilidad rápidamente, quizás con justicia, dado que no hay forma de que sepamos alguna vez qué había en la cabeza de Fischer o, más desgraciadamente, que podría haber ocurrido si el match Fischer—Karpov hubiera tenido lugar. Pero me sorprendió leer que hubo contemporáneos que atribuyeron la no realización del encuentro puramente a los temores de Fischer. Brady cita al columnista de ajedrez del New York Times, Robert Byrne, quien escribió un artículo titulado: “El temor de Bobby Fischer a la caída”, justo unos pocos días después de que Karpov recibiera el título. Byrne no mencionaba a Karpov como amenaza –dice que no habría tenido chance alguna–, pero señaló que Fischer siempre había tomado grandes precauciones contra la derrota, al punto de declinar del mismo modo la participación en otros eventos cuando sentía que demasiado quedaba librado al azar.
La refutación de Brady erra el punto: “Lo que todos parecían olvidar era que, sobre el tablero, Bobby no temía a nadie”. ¡Sí, una vez en el tablero, él estaba bien! Donde Fischer tenía sus grandes crisis de confianza era siempre antes de llegar al tablero, antes de subir al avión. El perfeccionismo de Fischer, su absoluta creencia en que no podía fallar, no le permitía poner esa perfección en riesgo. Y en Karpov, no tengo dudas, especialmente después de un corte de tres años, Fischer vio un riesgo significativo.
Uno de los incontables debates sin fin acerca de Fischer era si sus excesos eran producto de un alma desequilibrada pero sincera, o una extensión de su omnívoro impulso de conquista. Fischer tenía principios firmes, pero el depredador que había en él era bien consciente del efecto que sus actitudes y comportamientos tenían sobre sus oponentes. En 1972, el caballeresco Boris Spassky no estaba preparado para lidiar con las dilaciones sin fin de Fischer y las quejas, y jugó muy por debajo de su nivel normal.
Karpov, por su parte, había vencido a Spassky convincentemente en 1974 sin ningún ardid. Se puede sostener un buen caso con el hecho de que el match con Spassky fue uno de los mayores esfuerzos de Karpov y que Fischer no habrá dejado de advertir la cualidad de su retador. Los matices de la vida real a menudo desconcertaban a Fischer, pero siempre veía muy claramente en blanco y negro. Junto con su juego moderno, Fischer habrá visto a un joven duro que no tenía ninguna de las nociones románticas de la generación más vieja y que no se descolocaría por las demostraciones fuera del tablero. (Todos los informes dicen que Fischer era escrupulosamente correcto en el tablero.) Sin importar cuán sincero Fischer pueda haber sido acerca de sus quejas –condiciones de juego, modales del oponente y, siempre, dinero–, eran tan parte de su repertorio como la Defensa Siciliana.
La debacle de la renuncia de Fischer llevó a otra pregunta sin respuesta. ¿Habría jugado Fischer si la FIDE hubiera cedido a todas sus demandas? La FIDE había aceptado todas sus condiciones excepto una: que si el match quedara empatado 9–9, Fischer mantendría el título. Esto significaba que el retador tenía que vencer al menos 10–8, una ventaja sustancial para el campeón. Si la FIDE hubiera accedido y Fischer hubiera aparecido con más demandas, se podría haber cerrado el caso de buena fe. En cambio, nos perdimos el que podría haber sido uno de los más grandes matches de la historia y deberemos preguntarnos eternamente qué hubiera hecho Fischer. Bajo esa luz, 10–8 apenas parece tan gran desventaja.
Irónicamente, después de que Fischer saliera de la escena, la FIDE implementó algunas de sus sugerencias, incluyendo el match ilimitado. Karpov recibió también la protección de la cláusula de revancha, que le dio al menos una ventaja tan grande como la que Fischer había exigido. El absurdo de un match ilimitado sólo se demostró de forma concluyente cuando Karpov y yo nos batimos durante el record de 48 partidas a lo largo de 152 días antes de que el encuentro fuera abandonado sin un ganador. Y sólo jugábamos a seis victorias, no las diez que deseaba Fischer.
Brady ofrece un relato sencillo del ascenso de Fischer al estrellato como el más joven campeón norteamericano de la historia en 1957, a los catorce años, que de allí saltó a la palestra mundial. Desafía la incredulidad que un norteamericano solitario pudiera derrotar a lo mejor que la maquinaria soviética del ajedrez podía producir. Pero incluso Walt Disney hubiera vacilado en concebir la historia de una pobre madre soltera que trataba de completar su educación mientras mudaba a su familia de un lugar a otro y a su joven, distraído hijo, de una escuela a otra –todo ello mientras era investigada por el FBI como posible agente comunista.
Regina Fischer era una mujer extraordinaria y no sólo por producir un hijo campeón del ajedrez. Pese a su preocupación porque Bobby pasaba demasiado tiempo en el tablero, comprendió que era la única cosa que lo hacía feliz y pronto transformó esa pasión en suya. Luchando constantemente por financiar los esfuerzos de su hijo, escribió una vez una carta directamente al líder soviético Nikita Khrushchev pidiéndole que invitara a Bobby a un festival de ajedrez.
Como único hijo, yo mismo, de una decidida madre-manager-promotora, no puedo sino preguntarme qué hubiera sido de Fischer si su situación familiar hubiera sido diferente. Perdí a mi padre a temprana edad, pero, a diferencia de Fischer, estaba rodeado de familia. El padre de Fischer no figuró y, de un modo un poco decepcionante, Endgame falla en aclarar una de las más sórdidas historias que circularon acerca de Fischer en los últimos años, esto es, la fuerte posibilidad de que el científico nacido en Alemania Hans Gerhardt Fischer no fuera el padre de Bobby. Su nombre estaba en el certificado de nacimiento expedido en Chicago en 1943, pero nunca entró en los Estados Unidos desde que Regina se mudara allí de Rusia, via Paris, con su hija Joan. Otro científico, un judío húngaro que enseñaba en los Estados Unidos y de nombre Paul Nemenyi, era muy próximo a Regina y envió dinero a la familia durante años. Sus retratos fotográficos lucen, además, tentadoramente similares al adulto Bobby Fischer. Más allá de una breve mención, sin embargo, Brady, claramente, no está interesado en la controversia.
El foco está puesto en Bobby y el ajedrez, como debe ser, aunque esperaba un poco más de carne en el tema de la naturaleza del prodigio y el desarrollo temprano de Fischer, más allá de su famoso comentario “simplemente resulté bueno” –aunque quizás no hay nada más. La naturaleza del genio puede no ser definible. La pasión de Fischer por los rompecabezas se combinaba con interminables horas dedicadas al estudio y al juego del ajedrez. La habilidad para sostener esas horas de trabajo es, en sí misma, un don innato. El trabajo duro es un talento.
Generaciones de artistas, autores, matemáticos, filósofos y psicólogos han considerado qué es lo que hace a un gran jugador de ajedrez. Más recientemente, científicos con máquinas avanzadas para scanear el cerebro se han unido a la cacería, buscando por sitios calientes de actividad cuando un maestro estudia una movida. Una veta obsesivo-competitiva es suficiente para crear un buen jugador de squash o un buen (o mal) banquero de inversión. No es suficiente para crear a alguien como Fischer.
Esto no es necesariamente un cumplido. Muchos fuertes jugadores de ajedrez llevan adelante carreras exitosas como negociantes de acciones o de divisas, así que supongo que hay una considerable superposición de habilidades requeridas como el cálculo intuitivo y el establecimiento de patrones. La aptitud para jugar ajedrez no es nada más que eso. Mi argumento ha sido siempre que lo que uno puede aprender de usar las propias habilidades–analizar las propias fortalezas y debilidades—es mucho más importante. Si uno puede programarse a sí mismo para aprender de sus experiencias mediante la revisión asidua de lo que funcionó y lo que no, y por qué, el éxito en el ajedrez puede ser muy valioso en verdad. De este modo, el juego me ha enseñado mucho acerca de mis procesos de toma de decisiones que es aplicable en otras áreas, pero ese esfuerzo tiene poco que ver con dones innatos.
La brillantez de Fischer era suficiente para convertirlo en una estrella. Fue su implacable, incluso patológica, dedicación lo que transformó el deporte. Fischer investigaba constantemente, estudiando todo partido de alto nivel en busca de nuevas ideas y mejoras. Estaba obsesiones con rastrear libros y periódicos, incluso con aprender suficiente ruso como para expandir el rango de sus fuentes. Estudiaba a cada oponente, al menos aquellos que consideraba dignos de preparación. Brady relata lo que era cenar con Fischer y oír un monólogo de un increíblemente profundo análisis del adolescente sobre las aperturas de David Bronstein antes de que ambos se encontraran en el torneo de Mar del Plata de 1960. Nadie se ha preparado tan profundamente fuera de los encuentros del campeonato mundial. Hoy, cualquier partida de ajedrez jugada alguna vez, incluso siglos atrás, está disponible para un novato con el click de un mouse. Pero en la era anterior a la computadora, la búsqueda obsesiva de Fischer era una ventaja competitiva fundamental.
En su juego, Fischer era sorprendentemente objetivo, mucho antes de que las computadoras desnudaran tantos dogmas y presunciones que los humanos han usado para navegar el juego por siglos. Posiciones que habían sido consideradas inferiores durante largo tiempo fueron revitalizadas por la habilidad de Fischer para mirar todo con ojos frescos. Sus métodos concretos desafiaban preceptos básicos, tales como que el bando más fuerte debe seguir atacando a las fuerzas sobre el tablero. Fischer demostró que la simplificación –la reducción de fuerzas mediante intercambios de piezas—era, a menudo, la vía más fuerte en tanto se mantuviera la acción. El gran cubano José Capablanca había jugado de este modo medio siglo antes, pero la interpretación moderna de Fischer de “la victoria mediante la claridad” fue una revelación. Su fresco dinamismo comenzó una revolución: el período que va de 1972 a 1975, cuando Fischer estaba ya en su autoexilio como jugador, fue más fructífero en la evolución del ajedrez que toda la década precedente.
El enfoque independiente de Fischer tuvo un impacto aún mayor sobre el mundo del ajedrez que sobre sus resultados personales. No me refiero a ninguna “movida especial”, como imaginan a menudo aquellos que no están familiarizados con el juego. Era simplemente que Fischer jugaba cada juego hasta la muerte, como si fuera la última. Fue este espíritu de lucha lo que sus contemporáneos recuerdan más acerca de él como jugador de ajedrez.
Si el genio es difícil de definir, la locura lo es aún más. Otra vez, debo aplaudir la habilidad de Brady para navegar entre riscos traicioneros como los que presenta Fischer en sus palabras y acciones, al rara vez intentar explicarlas o defenderlas. Ni tampoco intenta diagnosticar a Fischer, quien jamás fue examinado apropiadamente por un profesional, y en cambio fue declarado culpable, inocente o enfermo por millones de amateurs desde lejos. Brady también evita la trampa de argumentar si alguien con una enfermedad mental es o no responsable por sus acciones.
A fines de los ’90, Bobby Fischer comenzó a dar esporádicas entrevistas de radio que mostraron un pozo de odio hacia el mundo que se ahondaba –profanas diatribas antisemitas, júbilo después del 11 de septiembre de 2001. Repentinamente, todo aquello que había sido sólo rumores de los pocos que habían pasado algún tiempo con él desde 1992 era público en Internet. Fue una conmoción para la comunidad del ajedrez, y muchos trataron de responder de una forma o de otra. Fischer estaba enfermo, decían algunos, quizás esquizofrénico, y necesitaba ayuda, no censura. Otros culpaban a sus años de aislamiento, a los fracasos personales, a las persecuciones tanto reales como imaginarias del gobierno norteamericano, de la comunidad ajedrecística y, por supuesto, de los soviéticos, de inspirar su ánimo de venganza.
Claramente, esta completa paranoia estaba mucho más allá de la más calculada “locura” –incluso suscitada en defensa de principios—de sus años de jugador, bien descripta por Voltaire en su Diccionario Filosófico: “Tened en vuestra locura razón suficiente para guiar vuestras extravagancias; y no olvidéis ser excesivamente obstinado y lleno de opiniones”. Esto es, locura deliberada y exitosa que difícilmente puede ser llamada locura. Después de que Fischer dejó el ajedrez, las fuerzas oscuras en su interior no tenían ya un objetivo.
Pese a lo desagradable de su declive, Fischer merece ser recordado por su ajedrez y por lo que hizo por el ajedrez. Una generación de jugadores norteamericanos aprendieron el juego gracias a Fischer y debería continuar inspirando a las futuras generaciones como un modelo de excelencia, dedicación y logro. No hay moraleja al final de una fábula trágica, nada contagioso que necesite una cuarentena. Bobby Fischer fue único, sus fallas tan banales como brillante su ajedrez.